Críticas/On Demand/Para Desconfiar del Género Humano

Rashomon (1950): Soy una mentira que siempre dice la verdad

Corría el año 1950 y el considerado ‘más occidental de los directores japoneses’, Kurosawa, situaba a Rashomon, y por extensión a todo el cine nipón, dentro del mapa internacional. El filme se hizo rápidamente baño de multitudes, entre premios y reconocimientos, a la par que su innovadora dialéctica –que bien podría haber salido de un ejercicio de estilo firmado por Raymond Queneau– influiría de forma capital en los mecanismos inherentes al modo de contar una historia en el cine; incluso sus ecos de trascendencia llegan hasta nuestros días: ¡Hola Reservoir Dogs!

Correcto, hechas las presentaciones, pongamos las cartas sobre la mesa: En esta parábola multiperspectiva  tienen cabida siete declaraciones, cuatro testigos –incluido uno de carácter sobrenatural, porque los muertos también tienen derecho a quejarse-, hay confluencia del presente con el pasado, y sobre todo ello, sobrevuela la mentira, mucha mentira, y dos hechos objetivos: una violación y un fiambre. A partir de ahí, muchas interpelaciones: ¿Qué es lo que ha ocurrido exactamente en el bosque? ¿Cuál de los testigos miente? ¿Es que nadie dice la verdad?

Rashomon

Los diversos personajes, con intereses de por medio, se disponen frente a la cámara –el espectador- que hace a la vez de juez. Cada uno cuenta la suya, rememorando su retentiva, que es la particular parcela de su verdad, y conformando un juego de espejos en los que se hace patente uno de los demonios de nuestra condición: la compleja dualidad de los seres humanos, ambiguos y egoístas, y en los que la realidad queda corrompida constantemente por quien habla. ¿Es más fuerte el egoísmo y el beneficio propio que el amor a la verdad?

Antropologías y epistemologías en el tintero, Rashomon es más que una película, en ella la palabra se convierte en lenguaje. Técnicamente portentosa, cada episodio construye un ejercicio de, comparado con lo que había hasta entonces, manierismo audiovisual. Claro está, el espectador instruido puede montar el puzle y tratar de dar con la verdad –siempre hay una composición recurrente, un patrón en el montaje, un similar uso en el sonido, algo que se repite en los diversos testimonios-. Nada es arbitrario, lo poliédrico de esta construcción cinematográfica siempre está al servicio de la deconstrucción de lo más oscuro de la psique humana.

Aunque no todo está perdido, al final, también hay un hueco para el humanismo recalcitrante del director; la lluvia, la redención, el retoño, y el perdón. Se junta en el combo en lides técnicas a gente como Hayasaka y Miyagawa, o en pantalla a Shimura y MIFUNE, así, en mayúsculas, que todo lo llena con su sola presencia. Sí, en Rashomon hay muchas mentiras, pero a nosotros sólo se nos ofrece una única verdad universal: Es una auténtica obra maestra.

Nota: 10

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Chus García

ChusGarciaRodriguez: «Un buen vino es como una buena película: dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria; es nuevo en cada sorbo y, como ocurre con las películas, nace y renace en cada saboreador.»

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3 pensamientos en “Rashomon (1950): Soy una mentira que siempre dice la verdad

  1. Bravo y más bravo, sólo alguien como tu sería capaz de expresar así lo que es una obra maestra del calibre de Rashomon. Aún recuerdo cuando el profesor de Filosofía del Derecho nos puso esta película en la facultad, la cual me marco profundamente y me hizo indagar en las cintas del Sr Kurosawa. Es un maestro a la hora de reflejar las emociones y los sentimientos por los que hace pasar al actor en cada uno de sus films, sólo hay que ver lo que nos transmite en «Perro Rabioso» para sentirse agobiado al ver que el personaje que encarna Mifune no consigue encontrar el arma que ha perdido.
    Rashomon es obra de referencia y de obligado visionado para todo cinefilo, que incita a la reflexión, echando de menos en estos tiempos que corren cintas de semejante calibre.

    Gracias por esta review, Chus.

    Saludos

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