Si para François Truffaut Encadenados (1946) es la quintaesencia de Hitchcock, El Apartamento (1960) podría serlo perfectamente de Billy Wilder. Ambas piezas reflejan el modo de entender el cine -y la vida– de sus respectivos autores. En el film que nos ocupa podemos ver gran parte de los elementos recurrentes en la filmografía del director, no sólo porque en él encontramos sus colaboradores habituales como Jack Lemmon, Fred McMurray, Shirley MacLaine, Alexandre Trauner, Joseph LaShalle, Daniel Mandell o I.A.L. Diamond sino también por su profunda capacidad expresiva tanto en forma como en contenido. Un simple espejo roto es un buen ejemplo de la maestría que Wilder otorga al equilibrio entre imagen y relato: “Me gusta mirame en él, porque veo cómo me siento”.
Es un film al que no le falta de nada: personajes y atmósferas entrañables, una magnífica fotografía de Joseph Laselle en blanco y negro, excelentes decorados, un guión inteligente con diálogos satíricos y corrosivos, extraordinario ritmo narrativo, interpretaciones antológicas de una de las parejas más tiernas que jamás haya visto el séptimo arte y que -tres años después de El Apartamento-, Wilder volvería a reunir en Irma La Douce (1963).
Sin duda, la grandiosidad de El apartamento reside finalmente en la capacidad de Wilder para entremezclar dos polos opuestos: circunstancias amargas con situaciones románticas y cómicas. Y es que, a pesar del ácido planteamiento con el que cuestiona a veces la moral del ser humano, Wilder nunca abandona la sonrisa. Por encima de todo es una película que busca el entretenimiento, más allá de los significados morales ulteriores que la crítica parece otorgar a menudo a sus films y que Wilder se ha encargado siempre de desmentir.
En definitiva, todo ello, junto con su capacidad de reflexionar, de emocionar y de hacer reír por igual, ha convertido El apartamento en una auténtica joya del séptimo arte, un clásico indiscutible que el paso del tiempo no ha hecho más que revalorizar.
Mi Nota: 10
Se ha Escrito Un Cine 
¡Obra suprema! Y que gran crítica, Anna! 🙂
De mis películas favoritas de todos los tiempos. Siempre escogiendo bien, Anna.
Pingback: Sabrina (1954): Sugar, sugar everywhere | Se ha Escrito Un Cine